martes, 27 de febrero de 2007

La bicicleta a través de la historia


Por Juan Carlos Millán Guzmán


El término bicicleta fue acuñado en Francia; comenzó a emplearse hacia 1860 para designar un nuevo tipo de aparato constituido por dos ruedas, propulsado de manera mecánica. Desde entonces, la palabra bicicleta ha sido empleada –tanto en inglés como en francés-, para referirse a una máquina que, en esencia, está constituida por dos ruedas diseñadas para ser movidas por un sistema de pedales.
La idea de construir un aparato de tales características data de 1490, fecha de la elaboración de un boceto que para tal fin diseñara Leonardo da Vinci, hasta hoy considerado como el antecedente más antiguo de la que se tenga noticia; como otras tantas invenciones del genial inventor italiano, el concepto de un aparato con características semejantes a las de la moderna bicicleta quedaría en el papel y sepultado en el olvido hasta que en 1960, lo descubrieran uno mojes.

De la teoría a la práctica

En 1696, el matemático francés Jaques Ozanam formuló las ventajas teóricas que se obtendrían de construir un aparato capaz de ser conducido por el hombre, sin la ayuda de caballos; la elaboración de tal vehículo hacía parte de otros cincuenta problemas “útiles y entretenidos”, que hicieran parte de sus Récréations Mathématiques et physiques.
El problema, que planteaba un nuevo reto a la comunidad de inventores, era resuelto por el propio Ozanam, quien había hecho acompañar la primera página de su libro, de una ilustración basada en un diseño elaborado por el físico Elie Richard, en el aparecía que un carruaje de cuatro ruedas, impulsado por un complejo mecanismo de plataformas, ruedas dentadas y cuerdas que debían ser accionadas por un lacayo situado en la parte posterior.
Durante más de un siglo se trató, en vano, de desarrollar un sistema mecánico más práctico, basado en tal vehículo.
Pese a que desarrollar la idea de un aparato capaz de ser movido por la fuerza del hombre había atravesado por una larga serie de intentos frustrados que parecían conducir al total escepticismo, sería un excéntrico barón alemán, llamado Kart von Drais, quien le daría un nuevo rumbo a la idea.
En el otoño de 1814, durante una conferencia realizada en Viena para convenir el nuevo mapa geopolítico europeo luego de la caída de Napoleón, Drais presentó un prototipo de un diseño elaborado el año anterior, que fue un rotundo fracaso.
Se trataba de un vehículo de cuatro ruedas que podía transportar entre dos y cuatro personas, quienes mediante el uso continuado de brazos y piernas hacían funcionar un mecanismo que permitía impulsar las ruedas mientras que otra persona lo dirigía.

El velocípedo

Durante los siguientes años, Drais se dedicó a revisar los problemas prácticos que planteaba el vehículo. Para aquella época, sin embargo, propuso una solución radical al problema del carruaje impulsado sin caballos: el “laufmachine” (máquina que corre), mejor conocida luego como “draisine” o “velocipede” (palabras de origen latín, cuyo significado es el de píe rápido). El curioso concepto vería la luz en el verano de 1817, convirtiéndose en el primer vehículo de uso terrestre impulsado por el hombre en alcanzar la aceptación del público.
Salvo por sus dos ruedas -construidas en acero para garantizar una mayor durabilidad-, el resto de la máquina estaba elaborada casi completamente en madera. Las pequeñas ruedas de carruaje estaban alineadas, y unidas entre sí por una barra que soportaba la silla en la que debería sentarse el conductor.
Una vez sentado, el operario podía comenzar a caminar o a correr, según fuera el caso y la velocidad que quisiera imprimirle al vehículo, que gracias a estar provisto de una extensa terminal que conectaba el marco a la rueda frontal y hacía las veces de primitivo manubrio, podía ser dirigido.
En 1918 el ingles Denis Johnson, abrió una fábrica destinada a la fabricación de velocípedos; Jonson introdujo nuevas variantes al modelo original; el sillín podía graduarse y permitía acomodar ruedas más grandes, lo que permitía alcanzar mayor velocidad; introdujo una plataforma que permitía al usuario recostar sus codos al tiempo que pedaleaba; con el tiempo, además, logró simplificar el sistema de dirección situándolo sobre el mismo eje de la rueda.

Los pedales

Pese a que el velocípedo alcanzó una popularidad sin precedentes, los constructores concentraron sus esfuerzos en investigaciones que dieron como resultado la aparición de rudimentarios triciclos, que podían ser impulsados por un mecanismo de pedales maniobrados con los brazos.
Erróneamente se creía que el conductor del velocípedo sería incapaz de mantener el equilibrio, si debía pedalear y conducir el aparato al mismo tiempo; contra todo pronóstico, el nuevo descubrimiento se realizó en Francia, país que había quedado rezagado en la investigación de la locomoción humana.
En abril de 1867, el periódico oficial del Imperio se lamentaba de la pérdida de entusiasmo por los velocípedos en Francia. Sin embargo, no habría de transcurrir un mes para que el mismo periódico publicara un breve anuncio en el sentido de que Pierre Michaux había logrado desarrollar un velocípedo equipado con pedales, unidos al eje de la rueda central.

El marco tubular

El año de 1869 será recordado como un hito en la historia del transporte en Estados Unidos, puesto que la vía férrea que uniría al país de costa a costa sería terminada. Thomas R. Pickering introduciría un marco tubular más fuerte y ligero y George L. Brownell elaboraría un producto de tipo elástico para recubrir las ruedas. Pero sería Virgil Price quien realizaría el más importante de los aportes: la invención de una rueda que permitía ajustar un neumático parecido al que hoy conocemos.

La bicicleta de rueda alta

Gracias a la enorme popularidad alcanzada por el velocípedo tanto en Europa como en Estados Unidos, pronto se comenzaron a realizar todo tipo de competencias; pero gracias a que la velocidad que se alcanzaba en estas máquinas no lograba satisfacer a los atléticos usuarios, pronto surgió la necesidad de desarrollar una maquina capaz de alcanzar mayor velocidad.
En agosto de 1870, James More presentó un prototipo construido por Eugène Meyer, que además de unos pedales hechos de material sintético, presentaba la notable innovación de que su rueda delantera tuviera un diámetro considerablemente mayor al de la posterior.
Puesto el usuario podía situarse directamente sobre la rueda –con lo que sus piernas se ubicaban de manera directa sobre el eje de los pedales-, el nuevo aparato permitía desarrollar un incremento considerable en la velocidad, gracias al cual logró alcanzar el favor del público.

La cadena

Pese a que aun sin serlo de manera definitiva, la “bicicleta” ya había comenzado a ser reconocida como tal, para 1876, James Starley logró introducir una modificación que terminaría por darle a la bicicleta sus actuales características; se trataba de un mecanismo adaptado a un triciclo, por medio del cual una de sus ruedas posteriores, ubicada para tal propósito en medio del eje que unía a las otras dos, era impulsada por una cadena que se ajustaba a los pedales.
Gracias a estas innovaciones, el nuevo aparato era mucho más estable y seguro, por lo que inicialmente fue destinado al uso de niños y mujeres –dado que por la época aún no lograban despojarse de sus aparatosos atavíos-.
Durante 1879, el ingeniero británico Henry J. Lawson introdujo lo que él llamaría la “Bicicleta segura”, en la que los pedales se unían al eje que unía a las dos ruedas mediante una barra sobre la que además se ajustaba el sillín, preludio del incipiente marco.